domingo, 10 de enero de 2010

EL CAN CERBERO.


En la mitología egipcia, los dorios lo asociaron al dios Anubis, que tenía cabeza de perro y conducía a las almas de los muertos hasta el submundo.
Su sola presencia era tan espeluznante que bastaba para impedir la entrada a los vivos y la salida de los muertos. La tradición clásica los describe con tres cabezas, una cola de serpiente o dragón y el lomo cubierto por cabezas de víboras.
La tradición clásica recoge de Cerbero dos realidades conocidas: por una parte la del perro guardián; y por otra la del monstruo que protege algún objeto valioso, aunque en el Hades no son objetos lo que se protege, sino las almas de los hombres que ya murieron. En muchos cuentos populares esta función le corresponde con frecuencia al dragón o a una serpiente temible, y es una creencia antiquísima que se da en todas las civilizaciones, aun en las más lejanas. Pero, por poner sólo un ejemplo clásico, Cerbero no es la única bestia guardiana que aparece en los mitos griegos; también tenemos al dragón Ladón, que protegía las manzanas de oro en el Jardín de las hespérides, que eran ninfas del poniente e hijas de la noche.
Pese a su aterrador aspecto, el Can Cerbero no es una bestia maligna. De hecho, a juzgar por los mitos en los que aparece, resulta más bien una criatura entrañable; así, por ejemplo, es melómano en el mito de Orfeo, que lo encantó con su lira; y goloso en el de Eneas y Psique, que lograron aplacarlo ofreciéndole un dulce con miel.
El último y posiblemente el peor de los trabajos que el rey griego Euristeo le encomendó a Heracles fue capturar al can Cerbero y arrastrarlo hasta su Corte desde el Tántaro. A Heracles no le resultó difícil cruzar la laguna Estigia que llevaba hasta los infiernos. Para esto, le bastó con amenazar al barquero Caronte y éste se ofreció a llevarlo sin que se le pagara el óbolo que solía cobrar por su servicio. Pero cuando estuvo ante las puertas del Infierno no quiso enfrentarse con el monstruo y solicitó la ayuda de la reina Perséfone, que intercedió a favor del héroe ante su esposo, el dios Hades. Pero Hades, que debía de ser bastante bromista, impuso una condición, y era que domase a Cerbero sin necesidad de usar arma alguna. Entonces, Heracles se colocó una piel de león sobre su cuerpo para resistir las mordeduras de las víboras, agarró por el pescuezo al animal y comenzó a apretar hasta que logró que se desmayara. Y así, dormida la bestia, pudo arrastrarla sin dificultad hasta la Corte de Euristeo.

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